Alfonso
Desconfía de los intelectuales

El liberalismo, entendido como la filosofía que da al individuo la libertad de tomar las decisiones morales y económicas de su vida basada en una igualdad ante la Ley, a veces encuentra muchos enemigos.
Desde un punto de vista individual, es difícil que alguien prefiera decir "Yo prefiero que el Estado tome todas mi decisiones o algunas de ellas". Pero lo cierto es que a muchos les gana la tentación de decir "Yo te voy a decir lo que es bueno para ti" y de allí que el liberalismo tenga muchos detractores.
Aunque son muchos grupos (algunos empresarios, la burocracia, el clero, etc.) los que se benefician de un sistema colectivista, en esta ocasión me concentraré en los intelectuales. Muchos de los que dedican su vida a compartir ideas ven al liberalismo y capitalismo como herramientas para explotar masas. En su narrativa, ven a la planificación central como una especie de ola del futuro que pone a las sociedades en el camino del "progreso económico y justicia social". Sabemos que la historia económica desmiente esa idea y los resultados son muy superiores en favor del capitalismo por encima del colectivismo.
Son muy documentadas las diferencias entre las Alemanias, Coreas, Venezuela y Chile, Rusia y Estados Unidos. Las personas huyen del colectivismo y socialismo para migrar hacia el capitalismo. Y en la crónica de los intelectuales, nos quieren convencer de que es al revés.
¿Por qué hay una insistencia en los intelectuales en adoptar el colectivismo y cualquier filosofía de planeación central? En primera instancia, es muy tentadora la idea de decir "Yo sé qué es lo que te conviene". Esto es especialmente cierto en América Latina donde la educación pública tiene una gran influencia del Marxismo. Para los intelectuales, un país en vías de desarrollo es incapaz de competir en la economía global y por ende es necesario controlar importaciones, producir domésticamente y dejar que el Estado tome las decisiones de inversión.
Segundo, los intelectuales se benefician a menudo de los espacios que reciben en la agenda pública y por el impulso que reciben de algunos empresarios a los que no les caería mal enfrentar menos competencia tanto interna como externa. A esta lógica perversa le llaman "prioridades sociales".
Si bien el intelectual goza de cierta comodidad por su aprobación oficial, lo cierto es que el individuo promedio sufre. Encuentra menos opciones de trabajo, de consumo; menores libertades individuales y políticas y terminan siendo un instrumento tanto para el Estado como para las grandes ideas de estos intelectuales.
Yo desconfío cada vez que alguien me habla de términos como pueblo, masas o sociedad. En un país libre, es un individuo único o una minoría que marca la pauta, toma riesgos e innova. Estos pioneros abren oportunidades para que vengan imitadores quienes impulsan nuevos negocios, crean empleos y generan crecimiento económico. El crecimiento no se genera ni se planifica centralmente. Es el resultado de millones de decisiones libres de las personas y empresas.
América Latina no carece del talento de Alemania o Japón. Nuestras limitaciones vienen de la mano de gobiernos demasiado grandes, demasiado torpes que quieren tomar todas nuestras decisiones. Y requieren de intelectuales cuya voz sea la mejor propaganda de un Estado bueno que sea la voz del 'pueblo'.
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